Ana Magallanes es una gaditana licenciada en Pedagogía y Máster en Psicología, Educación y Desarrollo que lleva más de veinte años trabajando como coeducadora y experta en prevención de violencia machista y atención psicológica a las víctimas. Muchos de ellos los ha pasado en aulas con alumnado con edades comprendidas entre los cinco y los dieciocho años haciendo eso que aquí llamamos “mirarnos el género”. Por eso, cuando en el equipo de Participar Para Poner la Vida en Centro empezamos a reflexionar sobre la relación de los niños con lo que se entiende como femenino (vamos, “las cosas de niña de toda la vida»), sabíamos que teníamos que hablar con ella.
Más de veinte años coeducando a alumnado, profesorado y familias. ¿Cómo era la coeducación a principios del 2000? ¿Podemos decir que ha habido una evolución en la conciencia feminista?
Podemos comentar tantas cosas de eso… Y es que al principio, cuando yo empecé a coeducar y se hablaba de los términos “machismo” y “feminismo» a la gente le sonaba extraño, el alumnado se quedaba con los ojos abiertos a la expectativa… La cosa es que aunque es verdad que hace veinte años había cierto cuestionamiento, este era muchísimo más sutil e inocente. Esto se debía a una gran falta de sensibilización y a que ambos términos no se retroalimentaban. Ahora nos encontramos con ideas y discursos contrarios al feminismo e incluso existe una representación política mayoritaria que habla de “peores y mejores feministas”.
¿Y cómo llegan esos discursos políticos a las aulas?
Pues porque se habla en las casas y el alumnado reproduce en el aula lo que escucha en sus propias familias. De esta manera, y siguiendo con la anterior pregunta, nos encontramos con que, por un lado, hay muchísima más resistencia al feminismo pero, por otro, también hay más activismo y más conciencia. Así, mientras existe un discurso muy potente que rechaza continuamente todo lo que tenga que ver con una pedagogía feminista, también observo que cada vez hay más perspectiva de género, un profesorado que se forma más en esta línea y que, aunque aún queda muchísimo trabajo por hacer, encuentro muchísimas personas –sobre todo las mujeres responsables de coeducación en los centros– que están protagonizando grandes luchas internas en sus colegios e institutos que son dignas de admirar.
¿Dices que son sobre todo mujeres?
Sí, aunque poco a poco vamos formando equipos, tejiendo las redes de mujeres y de hombres feministas que van siendo una realidad y se van traduciendo en el empoderamiento en las chicas.
En Ecotono la palabra “empoderamiento” no siempre nos gusta…
Claro. Y es que es verdad que a veces ese empoderamiento puede estar un poco mal entendido y gestionado. Por ejemplo, en las relaciones de violencia machista, las chicas ya no se callan. Esto es algo que llevábamos años persiguiendo y que queríamos que pasara. Pero es que incluso a veces llegan a reproducir los comportamientos que llevaban tanto tiempo haciendo los chicos con ellas. Por ejemplo, el control y la vigilancia por las redes sociales de las relaciones de pareja, los celos… Hablamos de relaciones tóxicas cuando realmente el germen es el mismo: un machismo que hombres y mujeres tienen interiorizado y se manifiesta en forma de unos roles masculinos que debemos rechazar.
Pero es que hay chicos que, directamente, rechazan el feminismo.
Todo esto resulta muy complejo porque cuando abordamos determinados temas, muchos chicos interpretan que se les están haciendo no solo responsables, sino también culpables. De ahí que haya que cambiar la pedagogía para que sean una parte activa en el cambio. Son chavales que se encuentran en una realidad adulta que tiene un gran problema y no pueden ser los únicos responsables a la hora de resolverlo. Por eso es importante que todas y todos sean muy conscientes de la importancia que tiene el género en el sistema, en la educación, en la cultura, en la socialización… Que existen unos roles que debemos cuestionar porque nos han esclavizado y que es eso precisamente, ese cuestionamiento, lo que va a beneficiarnos a todas y a todos.
Pues sigamos con el alumnado al que formas. ¿Cómo son? ¿Se consideran feministas? ¿Hay diferencias según género o edad?
Para las niñas y los niños no hay identidades de género hasta que cumplen determinada edad. Todos y todas se relacionan en igualdad total. Y es que, en este sentido, llegan al mundo siendo perfectos, sin prejuicios ni roles aprehendidos. Por eso precisamente se empieza a trabajar con cinco años, que es la edad en la que empiezan a reconocer el género porque el proceso de socialización les ha contaminado, les ha dicho que hay “cosas de niños y cosas de niñas”: deportes, juguetes, actitudes, sentimientos, emociones… Por eso es a partir de ahí cuando hay que intervenir. Sin embargo, es durante el ciclo de Primaria cuando aparece ya muchísimo machismo e incluso la violencia se representa de manera distinta en un sexo y en otro.
En Primaria estamos hablando de un alumnado de seis a doce años…
Exacto. Y es que a través de ese proceso de socialización patriarcal que comenzamos a ver a edades cada vez más tempranas ese cuestionamiento o rechazo del que te hablaba antes. Se trata de una resistencia total al feminismo y lo que este significa: igualdad. Lo han escuchado en casa y lo defienden tanto que a veces incluso rechazan actividades que proponemos en los talleres. Lo que ocurre es que cuanto mayores son, más han vivido: tienen más información, más experiencias, más contacto con redes sociales e influencers, donde el discurso del grupo de iguales toma muchísima más relevancia. Es entonces cuando los discursos pueden ser más misóginos, sí. Pero también más feministas. Por eso, y aunque las encuestas cifran en un 20% el porcentaje del alumnado que se considera feminista, mi experiencia personal me anima a decir que el porcentaje es mucho mayor. El problema en clase es que la personas feministas no toman la palabra, se callan aunque cada vez sean más. Las machistas pueden llegar a ser menos y en la mayoría de los casos son chicos, pero cada vez se posicionan públicamente en mayor grado, sienten mucho enfado, se coordinan y se agrupan para hacer equipo y destrozar los discursos basados en la igualdad que planteo en el aula.
¿Observas diferencias entre centros educativos públicos, privados y concertados?
Sin duda alguna. Y eso es algo que llevo diciendo muchísimo tiempo. Básicamente porque en la escuela pública llevan muchos más años coeducando y eso está teniendo unos resultados estupendos en los chicos y las chicas. Tienen más conciencia social, más perspectiva de género, controlan mucho mejor la terminología… Incluso percibo en este tipo de centros un sentimiento crítico que les lleva a querer aprender más y mejor sobre el tema. Y es que aunque queda muchísimo trabajo por hacer en la pública aún, los concertados tienen cierto retraso en este sentido. En estos centros está muy presente el clasismo, que es un gran obstáculo a la hora de trabajar la conciencia social. De esta manera es muchísimo más difícil desmontar esos argumentos vinculados a la desigualdad y el machismo que tienen tan interiorizados.
Creo que haber leído en tus redes sociales que hace unos años empezaron a aumentar las voces antifeministas, los trolls y los negacionistas de la violencia machista. Fue entonces cuando notaste un cambio sustancial en las personas que recibían tus formaciones y, por primera vez en tu carrera, empezaste a sentirte mucho más cuestionada e incluso desautorizada. ¿Quieres hablarnos de esto? ¿Qué pasó entonces y cómo ves la situación ahora?
Cuando somos mujeres y, además, jóvenes como cuando yo lo era cuando empecé en esto, somos muchísimo más cuestionadas que los hombres a todos los niveles, especialmente el profesional. Esto lo podemos extrapolar a cualquier entorno: desde el más cercano o familiar y de amistades hasta el profesional lo que se traduce en situaciones muy desagradables de las que he vivido muchas. De hecho, a diario me enfrento a ser cuestionada, unas veces con mayor agresividad y otras con menos. Incluso el propio profesorado ha llegado a hacerlo.
¿También el profesorado?
Por desgracia, sí. Y tengo muchos ejemplos. En una ocasión tuve que poner una queja en Intervención porque se llevaron al alumnado del aula cuando el profesorado tiene la obligación legal de permanecer durante la celebración de los talleres coeducativos y de prevención de violencia machista. Otra vez, justo al comenzar mi exposición, una profesora en una clase de Secundaria comenzó a decir que nos habíamos montado un chiringuito entre cuatro o cinco para vivir de esto. Me pasé 20 minutos argumentándole con estadísticas todo lo contrario a lo que contestó que yo no estaba allí para sensibilizarla a ella cuando había sido la primera en desacreditarme. A mí me han denunciado por decir “clítoris” en una aula de Primaria o afirmar en una formación dirigida a profesionales de la Junta de Andalucía que llamar “limpiaculos” a las auxiliares de clínica era una forma machista de desacreditarlas profesionalmente. Vamos, que hay que tener en cuenta que mucha gente tiene cada vez más las uñas fueras con el feminismo y hay que estar preparada y dejarle claro que no vale cualquier excusa para cuestionarte.
En Ecotono sabemos que el humor es una cosa muy seria. De hecho, tú siempre dices que con humor se llega mejor a la gente pero, ¿cómo te enfrentas a situaciones en las que el alumnado o incluso el profesorado se toman la igualdad a broma?
Yo pienso que todas las personas somos cabezotas por naturaleza y tendemos a defender a ultranza nuestros discursos. De ahí que procure utilizar siempre una pedagogía de igual a igual e ir acompañando ese “aprendizaje por descubrimientos” preguntando qué piensan sobre esto o lo otro, de qué se han dado cuenta, que analicen esto, que le den una vuelta o estudien lo otro… Pero ese acompañamiento no implica que yo no sea una mujer empoderada, que tengo carácter y que tengo clarísimo que las bromas misóginas no son tolerables: por eso corto de un modo tajante cualquier chiste de este tipo. Así, aprovecho la ocasión para enseñar al grupo la necesidad del posicionamiento social porque de un modo u otro todas las personas somos responsables. Y es que un 85% de las mujeres son violadas por personas de su entorno, que el 71,2% de las adolescentes de entre 16 y 24 años actualmente en España está sufriendo violencia machista y/o han sufrido violencia machista en ese periodo de edad y eso no es ninguna broma.
Muchas familias intentamos educar en la ruptura de los roles tradicionalmente femeninos y masculinos y vemos, por ejemplo, cómo aumentan las niñas que flipan con Spiderman, juegan al fútbol y a videojuegos. Sin embargo, también estamos observando un marcado rechazo por parte de los niños de las mal llamadas “cosas de niña” y se niegan a saltar a la comba, leer un libro o ver una peli protagonizada por una chica. ¿Por qué ocurre esto y, sobre todo, qué podemos hacer para que cambie?
Hay que revalorizar lo femenino. Las mujeres hemos conquistado muchos derechos que no teníamos, hemos “subido” consiguiendo más privilegios que no teníamos y subir siempre gusta, mientras que bajar, no tanto. Entonces, si llevamos siglos infravalorando lo femenino, los chicos van a rechazar bajar ese escalón. Por supuesto que las chicas quieren más derechos, ocupar los espacios, acceder a todo tipo de profesiones…pero los chicos no quieren tener profesiones peor valoradas socialmente, peor remuneradas, no quieren dejar de ocupar los espacios… Y es que el patriarcado le ha dado el mundo de los privilegios al sexo masculino. Por eso hay que darle la vuelta a ese concepto. Los niños tienen que ser conscientes de que ese aparente privilegio no lo es tanto. Que si solo las mujeres asumimos en exclusiva los cuidados, además de ser una carga brutal para nosotras, ellos van a ser privados del amor y el cariño, dos cosas fundamentales y necesarias para vivir a las que no deben renunciar siempre y cuando no implique que tengan que sacrificar su salud o su promoción profesional. ¿Qué podemos hacer para eso? Pues revalorizar lo femenino y hacerles ver a los chicos que no se les puede negar la educación emocional o la gestión de las emociones, dos carencias que después a ellos mismos les traen muchísimos problemas. Solo así podrán ser capaces de reconocer esa masculinidad tóxica, renunciar a ella y desarrollarse libremente sin ningún tipo de estereotipo. Es complicada la tarea, sí. Pero también es cierto que se consigue. Y es que la coeducación es la clave para solucionar esta problemática. Educando en igualdad y buen trato conseguimos relaciones justas y personas adultas sin relaciones de poder.